martes, 3 de julio de 2012

La Guerra del Cerdo




Hay una novela de Bioy Casares, titulada “El diario de la Guerra del Cerdo”. Los hechos narrados, entre inquietantes y desatinados, se suceden durante la semana del solsticio de invierno. Alumbrada la acción por las hogueras de san Juan del día veinticuatro de junio y las de de san Pedro y san Pablo del veintinueve, bajo el frio austral de la ciudad de Buenos Aires.

El gobierno anuncia, y el rumor lo amplifica, que el pago de la pensión de los jubilados arruinará al estado. Y grupos de muchachos­ – la policía y la población impasibles–, se dedican a la caza y eliminación de los viejos.

Esta semana es el solsticio de verano en el hemisferio norte, caluroso como no recuerdan los registros del último siglo. El frío y el calor extremos llenan de esquelas de ancianos las páginas de necrológicas de los diarios. Son las tétricas épocas de superventas de las funerarias. Pero a los gobiernos no les basta con la climatología inclemente. Aquí también se ha empezado “una guerra del cerdo” contra los mayores con vistas a su extinción. Será silenciosa como aquella fabulada por Bioy, no precisa cómplices activos, sólo silencios cómplices. Una pensión a la que se le rebaja mediante una retención el doble de lo que se le subió. Que se le quita otro poco en el recibo de la electricidad, otro mucho más en el desahucio de la casa de alquiler de toda la vida mediante una ley de arrendamiento para arrendadores sin entrañas ni corazón, y por último con las restricciones en la expedición de medicinas a los jubilados.

Se retornará a los tiempos de los pañales de lavar y poner, cuando ya no hay familia sino soledad para hacerlo. A los años de las hojas de eucalipto hervidas, si uno puede levantarse a colocarlas. A beber mucha agua, si uno se ahoga en las mucosidades de haber respirado mucho tiempo el aire viciado de la especulación. Porque lo que queda de la pensión no llega para pagar los medicamentos ni para prestar dinero durante tres meses a las Comunidades Autonómicas.

En fin, que nuestros mayores acabarán muriéndose como en “El diario de la Guerra del Cerdo”, no de viejos si no por ser viejos, qué no es lo mismo aunque suene casi igual.