lunes, 16 de agosto de 2010

Edimburgo



Si visitas Edimburgo y eres aficionado a los libros del escritor Ian Rankin, inevitablemente intentarás encontrar en el paisaje urbano vestigios de sus descripciones; en los habitantes, rasgos semejantes a los protagonistas de sus tramas. Lo cierto es que no se encuentran a no ser en la coincidencia de los nombres de las calles, del de los bares o del tour turístico montado para visitar los sitios que aparecen en las novelas.

Pero el ambiente, el clímax de una acción literaria está compuesto de muchos más matices que un lugar. Es aquello de lo que habla el escritor en sus novelas: los hombres de cara amoratada por la bebida y la mala alimentación que consumen su esperanza de vida cada tarde en el pub; o el de la ciudad moderna que creció al pie del Parlamento Escocés, hecha a tiralíneas, deshumanizada, de edificios antiguos con pinta de recién construidos. La gente con apariencia de acabar de salir de un escaparate postmoderno que comparte el espacio urbano, a su pesar, con una población avejentada, resabiada, endurecida por el mar, la industria reconvertida y la meteorología inclemente. Son aspectos más fáciles de leer que de observar para quien no tiene la sensibilidad de un gran escritor

Fue muy divertido visitar Edimburgo, es una ciudad hermosa, aunque no veas pasear a todos los escritores que residen allí. Traje un libro firmado por Ian Rankin; que guardo como un tesoro, de esa manera me enteré, que en las librerías de allí los venden firmados por el autor sin tener que soportar molestas colas. En la novela “La música del adiós” el mismo Rankin lo cuenta respecto al poeta asesinado Todorov, demostrando que en sus novelas no todo es ficción. En Edimburgo pasan algunas cosas de las que cuenta

viernes, 18 de junio de 2010

O sal das bagoas

Narrativa
“As dúas fillas de Lot quedaron encintas do seu pai."
(Xénesis 19,36)



Na Audiencia Provincial de Pontevedra, celebrouse onte o xuízo contra Lotario Puga Martelo por un delicto de “abusos sexuais continuados” nas persoas das súas dúas fillas. Á esposa de Lotario - acusada de complicidade pasiva -, a pesares das moitas preguntas que lle foron feitas, non houbo quen a quitara da cantilena que repetía sen parar (a mirada revirada aos adentros, a cabeza a abanear tal un sonómetro): “Eu fun a muller de Lot, e mirei atrás non para ignorar o mal camiño que o meu home levaba. Nin pola curiosidade de achar algunha felicidade na nosa vida de antes. Nin por fuxir do maltrato del. Ou por probar se a miña perda o detería. Mirei atrás ao escoitar berros desesperados. E cando mirei atrás para dar auxilio, fiquei convertida en estatua de sal”.

Examinada polo forense, seguindo ordenes do Presidente do Tribunal, este certificou: que si era certo. Que do exame da pel e das mostras de tecidos obtidas para seu análise se deducía, sen lugar a dúbidas, que a examinada estaba na súa totalidade composta de sal. De seguida foi absolta xa que a composición inhumana do seu corpo a convertía en non imputable, segundo manifestou en sentencia pronunciada “in voce” o señor Maxistrado.

Contou o cronista que presenciou os feitos, que a muller de Lot (ao escoitar a sentencia) parou de súpeto co mastigar de palabras que rosmaba. Nada máis dixo. Simplemente comezou chorar de ese modo fermoso e rarísimo que as estatuas teñen de facelo, sen que parte algunha do corpo se lles mova. Chorou só cos ollos rebordados de tristura, coma copos a verter. Impasible. Sen xestos.

As bagoas ao escorregar non deixaban rastros tal se a pel as bebera.

-Miña señora non se aflicta, xa todo pasou.
-Non choro por min. Choro por todas as estatuas de sal, que feitas con bagoas de muller, medran a cotío neste mundo de homes.

domingo, 30 de mayo de 2010

Exótico futuro en Shanghái



En Shanghái todo se supone exótico para alguien que viaja desde España. Aunque eso sea cada vez menos verdad. Las ciudades de todo el mundo se parecen más y sus peculiaridades, que las tienen, se difuminan en las coincidencias de los rascacielos enormes, las masas de trabajadores apresuradas, los establecimientos de comida rápida, los ejecutivos agresivos, las tradiciones estandarizadas como objetos turísticos. Un mundo de ojos rasgados que llora las mismas lágrimas amargas de la globalización salvaje.

No me gustó Shanghái, aunque tenía lugares hermosísimos. Me inquietaba que fuera aquel el destino que nos espera. Todo era muy parecido a un “Blade Runner” en construcción. Al decorado de la película poblado por gente de verdad. Y a ratos diluviaba.


miércoles, 17 de marzo de 2010

La edad de Eastwood

Deuda de sangre. (Crítica Cinematográfica)
DIRECTOR: Clint Eastwood
GUIONISTA: Brian Helgeland
BASADA EN LA NOVELA: "Deuda de sangre" de Michael Connelly
INTERPRETES: Clint Eastwood, Jeff Daniels, Anjelica Huston, Wanda De Jesus.
AÑO DE PRODUCCIÓN: 2002



“Deuda de sangre” es una respuesta desprovista de dramatismo, a la vez que conmovedora, a la pregunta de cómo envejecer en el cine. Desde “Sin perdón” (1992), Clint Eastwood parece dirigir su envejecimiento ante las cámaras, empeñado en demostrar que nadie está muerto hasta que deja de vivir por mucho que la ancianidad no esté ahora de moda.

El agente retirado Ferry McCaleb (Eastwood), cae derrumbado por un ataque al corazón mientras persigue a un asesino en serie. Esta escena, que abre la película, admirablemente fotografiada por Tom Stern, consigue, mediante un estilo expresionista que se sirve del color, dar al personaje de policía un aspecto macilento, casi espectral, y reforzar la intención de retratar a alguien que ya tiene un pie en la tumba.

Recuperado gracias a un trasplante de corazón, la médica (Angélica Huston) será el ángel custodio encargado de recordarle que no tiene edad ni salud para meterse en líos. Parece hacerle caso. Pero otra mujer, Graciela Rivers (Wanda de Jesús), vendrá a solicitar su ayuda para esclarecer un asesinato, y esgrime poderosas razones para convencerlo.

Basado el guión en una novela homónima de Michael Connely, “Deuda de Sangre (Blood Work)” simplifica la trama imaginada por el escritor americano, eliminando la mayoría de los secundarios. Aunque, sin duda, la diferencia más notoria es que el detective pasa de los 46 años del libro a los 72 que tiene en la película (la edad real del actor). Esa caracterización como inspector jubilado que podemos recordar de “La lista negra” en su famoso papel de Harry llega aquí más lejos al convertirlo en un policía que se ejercita en el arte de ser abuelo.





La puesta en escena, el comportamiento del protagonista y la vuelta a un género tan frecuentado por el actor no son ni mucho menos casuales y así lo ha explicado él mismo: “En este estadio de mi vida me apetecía enfrentar a mis personajes al los mismos desafíos que afrontaban con 30 o 40 años. Si ellos podían, se suponía que yo también; era una prueba que necesitaba pasar”. Y para superar el examen no hizo trampas, no se dejó doblar en las escenas arriesgadas. La espectacular persecución en un coche la protagonizó enterita a pesar de las protestas de los aseguradores. Ante la extrañeza de alguno de sus compañeros respondió: “Lo hago desde siempre, pues considero que sólo así se le da lo máximo al espectador. Además, eso solamente exige una buena preparación física y el esfuerzo de la constancia. Está al alcance de cualquiera…”

El desarrollo recuerda mucho a “En la cuerda floja”, de Richard Tuggle (1984), no por el argumento, mas por los elementos dramáticos que maneja: un asesino en serie, un policía individualista (el mismo Eastwood) y unos compañeros gruñones que no confían en su capacidad y creen que estorba; una joven hispana (Wanda de Jesús) bellísima…Son elementos habituales en la gramática de las películas de Eastwood.

Y por supuesto hay diferencias con el cine actual de policías, influido por el video clip y el vértigo del movimiento. “Deuda de sangre” usa una forma de contar demorada aparentemente y alejada de este género, pero que rehecho supone una gestión rigurosa de los tiempos muertos. Porque el director no hace ni una concesión a un posible alejamiento de los cánones tradicionales de esta clase de filmes.

Tal vez sea una “una obra menos” de Clint Eastwood; lo que está seguro es que la puesta en escena, la fotografía, los actores y su conmovedora reflexión- sobre el hecho de que jubilación y muerte nada tienen que ver- la convierten en una joya (pequeña quizá) entre el cine americano que nos es permitido ver últimamente.



En esta necesidad de rellenar interminables horas de programación televisiva no todo es teletiendas o escaparates de miserias humanas. A veces nos brindan la oportunidad de rescatar de la memoria películas que en su momento nos causaron una impresión que ahora nos cuesta revivir. "Deuda de sangre" ha llegado por partida doble. Esta critica la publiqué hace muchos años en Faro de Vigo cuando fue estrenada. No me arrepiento de lo que escribí. Eran otros tiempos. Era otro cine.