martes, 29 de julio de 2008

Locura de amor.

Pensamientos Impuros

Bajo ese título genérico se reúnen un grupo de artículos sobre temas de actualidad, que fueron publicados en diversos medios de comunicación a principios de la década del dos mil.

Pretendo más una labor de compilación de lo disperso que una recuperación de lo interesante. El tiempo no perdona a nada ni a nadie. Tampoco a las opiniones.


María Casal se internó en el mar para morir. No sabía, seguro, que de la misma manera se había suicidado la poetisa argentina Alfonsina Storni. El sentirse incapaces para soportar la enfermedad empujó a las dos en su decisión; a Alfonsina su propia dolencia, a María Casal la de su hijo.

María Casal vivía en Narón un pueblo marinero de la provincia de la Coruña. Tenía un hijo Óliver Bouza de diecisiete años de edad, que desde los diez había manifestado trastornos psíquicos. Primero interno en un “Centro de Menores” sin cuidados específicos, después tratado en los llamados “Centros de Día”, su enfermedad se fue agravando y haciéndose cada vez más violenta. Cuando llegaba a casa a las dos, venía acompañado del infierno de su locura, del sufrimiento que la esquizofrenia impone en los intercambios con la realidad a estos enfermos. Las agresiones a su madre, los destrozos o las crisis de llanto eran sucesos cotidianos que la familia debía soportar. María recorrió desesperada todos los lugares donde podían escucharla , donde creía poder hallar una solución. Hasta en uno de esos programas de televisión que se nutren de los despojos que deja la infelicidad de alguna gente, se prestó a contar su historia, pensando que algún responsable sanitario se conmovería con su relato. No lo consiguió. Aquella mañana de marzo, cuando su hijo volvió a casa lo mató con un cuchillo de cocina.”Era lo que más quería en el mundo”, había dicho muchas veces; por eso no pudo resistir su pérdida y se suicidó después.

La reflexión que surge ante estos hechos, repetidos continuamente en diversos grados de tragedia a lo largo del país, debe ser una reflexión de naturaleza política. Estas muertes ocurrieron porque las instituciones, fundamentalmente las autonómicas, carecen de centros para tratar a estos adolescentes psicóticos (una edad por lo demás muy crítica para su dolencia) cuyas conductas violentas no aconsejan una vida en familia. Es cierto que la reclusión de los esquizofrénicos, por poner un caso, no goza de buena prensa, después de las viejas divagaciones de la anti-psiquiatría. Pero no se trata de vigilar y castigar. El caso es ayudar a estos enfermos cuyo sufrimiento en el delirio, en la disociación de su personalidad es terrible, y por otro lado darle a las familias la libertad, la tranquilidad y la paz que tienen derecho a disfrutar en el espacio de sus hogares.

Fraga dijo un día que Galicia, con provincias como Lugo donde los mayores de sesenta y cinco años ya doblan en número a los menores de quince, tenía el problema de envejecimiento mayor del mundo. Que la Xunta va a ayudar a las familias para que tengan hijos pues es una cuestión de Estado. Al día siguiente, ante la muerte de Oliver, comentó, cortante, a la pregunta de un periodista. “Los únicos responsables de esta tragedia es la familia del joven.” Fraga al final siempre se le escapa lo que piensa, ¿cuestión de carácter?..., tienen razón, cuestión de ideología.

Segovia, 4 de Abril del 2000

martes, 8 de julio de 2008

Todos tenemos días malos.

Retratos de una obsesión (Critica Cinematográfica)
DIRECTOR: Mark Romanek
GUIONISTA: Mark Romanek
AÑO DE PRODUCCIÓN: 2002




La risa y el llanto están separados por una delgadísima línea transparente. Lloramos ante una buena noticia o nos embarga la más imparable de las carcajadas ante la desgracia repetida. “¡Ya no sé si reír o llorar!”, solemos decir. A los niños les dan miedo los payasos vistos de cerca y les divierten los monstruos más horribles. Esa difusa frontera debió sugerir a Mark Romanek, el director de “Retrato de una obsesión”, la idea de utilizar un cómico para interpretar el papel de un psicópata asesino. Después de muchas pruebas contrató a Robin Williams.

Ese es el principal atractivo de la película. ¿Logrará el actor, tan encasillado en papeles de bondadoso simpático, que los espectadores se echen a reír en vez de a temblar? Eso de las emociones es algo tan personal que sólo viéndola podrán comprobarlo. Robin Williams, siempre irónico, respondió al interrogante: “A los únicos que he visto temblar, por ahora, es a los productores, ante el miedo a perder su dinero”.

Aparte de la singularidad del protagonista, la película es una más entre las muchas sobre psicópatas, rodadas con gran despliegue de medios en los últimos años en EEUU. Una puesta en escena sobrecogedora nos muestra a un empleado de una tienda de revelado rápido de fotografías, avasallado por la vida. Solitario, rodeado de gentes ajenas como cosas, fantasea sobre los parientes que no tiene. Incapaz de sobreponerse a una rutina obligada, mira, y goza o sufre los acontecimientos a través de las fotos de sus clientes. Especialmente con las de la familia de la protagonista.

El desarrollo de la trama -retratada siempre en colores blancos, beige y azul grisáceo, y empleando un rodaje académico casi exagerado (enfoques insistentes, movimientos lentos de cámara)- consigue, con la ayuda de un contenido Robin Williams, describir la psicopatía, de apariencia imposible, del personaje y lograr que la intriga ”progrese adecuadamente”.

Aunque al final se desinfle en desenlaces demasiado previsibles, en confesiones inconfesables (traumas infantiles), que incluso ponen en movimiento los brazos de Williams hasta el momento perfectamente controlados.

Y la moralina. La cargante moralina americana o la herencia calvinista o lo que sea, que achaca cualquier desgracia que a uno le pase a un error previamente cometido. Castigo divino que caerá sobre el pecador y su familia. Si los tiempos le maltratan, algo habrá hecho para merecerlo. Aplíquense el cuento. Si salen decepcionados de la película, algún remordimiento les atormenta cuando compraron la entrada.