jueves, 2 de febrero de 2017

Romper el cascarón

Este artículo se publicó originalmente en Dot Magazine
Cada vez se ha instalado más en el arte el DIY, acrónimo en inglés de hazlo tú mismo (Do It Yourself). En el mundo de la música lleva más de una década funcionando. Son cientos los grupos que cada año se autoproducen sus discos, y se encargan de gestionar la distribución y la promoción de los mismos. También en la literatura pasa lo mismo, y poco a poco son más los escritores que optan por autopublicar su obra.

Fotograma de la película Clerks

Ahora el fenómeno se ha extendido al cine. Siempre ha existido este modo de producción, recordemos Clerks o La Bruja de Blair, pero en este momento se ha generalizado. El abaratamiento de costes gracias a la revolución digital en cámaras, equipo de sonido y software de edición; ha contribuido a su expansión. Por ejemplo, Tesis de Alejandro Amenábar, considerado en 1996 un film de bajo presupuesto, costó alrededor de los setecientos mil euros. La producción de Diamond Flash, debut de Carlos Vermut estrenado en 2011, no superó los veinte mil. Y fue el propio director que invirtió sus ahorros para financiar el film.
Cartel de Diamond Flash de Carlos Vermut
En Estados Unidos parece que el boyante cine independiente de los años noventa, en donde surgieron autores tan reconocidos como Quentin Tarantino o Steve Soderberg, ha derivado en películas del tipo que comentamos. Los expertos le llaman films de micro-presupuesto. No es broma, ese es su nombre técnico.
Si antes debías hacer un cortometraje como carta de presentación para convencer a los productores de Hollywood de que te financiarán tu salto al largometraje, actualmente si aspiras a dirigir en La Meca del Cine debes autoproducirte un film que llame la atención de los ejecutivos. Un caso paradigmático es el de Gareth Edwards que en 2010 dirigió, escribió e incluso realizó los efectos especiales de su película Monsters y este año se pone al frente de la última película de la franquicia Star Wars.
El camino de exhibición más habitual de este tipo de películas es el de los festivales. El circuito festivalero ayuda a dar a conocer tu trabajo, y si tienes algo de suerte puedes conseguir que una distribuidora convencional se encargué de explotar comercialmente tu película. Así le ocurrió a la española Stockholm después de su paso por el Festival de Málaga o a la norteamericana Blue Ruin tras su proyección en Cannes.
Fotograma de Blue Ruin
Internet es un gran aliado. En los últimos años han proliferado una cantidad ingente de herramientas que te ayudan en el arduo proceso de producir películas de bajo presupuesto. Puedes conseguir financiación a través del crowdfuding. Tu público se ampliará gracias al uso de las redes sociales. Encontrarás empresas de consulting que te asistirán en el proceso. E incluso puedes ocuparte tú mismo de la distribución en festivales a través de webs como Withoutabox o FestHome; o en plataformas streaming y en DVD a través de páginas como Distribber o BitMax.
Por supuesto, no es oro todo lo que reluce y hay que invertir tiempo y dinero para que los resultados no sean paupérrimos. Los expertos recomienda que si nunca has dirigido o producido un largometraje empieces tu carrera poco a poco. Que tu primera película no supere los cincuenta mil dólares y según vayas ganando experiencia aumenten el presupuesto de tus obras. 
Dicen los mismos gurús que es una buena escuela mientras esperas a que llegue el largometraje de gran presupuesto. Porque aunque las televisiones online como Netflix y Amazon sean las grandes compradoras de este tipo de producto, aún prefieren apostar por Jim Jarmusch o Woody Allen antes que por ti, un cineasta desconocido.