Retratos de una obsesión (Critica Cinematográfica)
DIRECTOR: Mark Romanek
GUIONISTA: Mark Romanek
AÑO DE PRODUCCIÓN: 2002
La risa y el llanto están separados por una delgadísima línea transparente. Lloramos ante una buena noticia o nos embarga la más imparable de las carcajadas ante la desgracia repetida. “¡Ya no sé si reír o llorar!”, solemos decir. A los niños les dan miedo los payasos vistos de cerca y les divierten los monstruos más horribles. Esa difusa frontera debió sugerir a Mark Romanek, el director de “Retrato de una obsesión”, la idea de utilizar un cómico para interpretar el papel de un psicópata asesino. Después de muchas pruebas contrató a Robin Williams.
Ese es el principal atractivo de la película. ¿Logrará el actor, tan encasillado en papeles de bondadoso simpático, que los espectadores se echen a reír en vez de a temblar? Eso de las emociones es algo tan personal que sólo viéndola podrán comprobarlo. Robin Williams, siempre irónico, respondió al interrogante: “A los únicos que he visto temblar, por ahora, es a los productores, ante el miedo a perder su dinero”.
Aparte de la singularidad del protagonista, la película es una más entre las muchas sobre psicópatas, rodadas con gran despliegue de medios en los últimos años en EEUU. Una puesta en escena sobrecogedora nos muestra a un empleado de una tienda de revelado rápido de fotografías, avasallado por la vida. Solitario, rodeado de gentes ajenas como cosas, fantasea sobre los parientes que no tiene. Incapaz de sobreponerse a una rutina obligada, mira, y goza o sufre los acontecimientos a través de las fotos de sus clientes. Especialmente con las de la familia de la protagonista.
El desarrollo de la trama -retratada siempre en colores blancos, beige y azul grisáceo, y empleando un rodaje académico casi exagerado (enfoques insistentes, movimientos lentos de cámara)- consigue, con la ayuda de un contenido Robin Williams, describir la psicopatía, de apariencia imposible, del personaje y lograr que la intriga ”progrese adecuadamente”.
Aunque al final se desinfle en desenlaces demasiado previsibles, en confesiones inconfesables (traumas infantiles), que incluso ponen en movimiento los brazos de Williams hasta el momento perfectamente controlados.
Y la moralina. La cargante moralina americana o la herencia calvinista o lo que sea, que achaca cualquier desgracia que a uno le pase a un error previamente cometido. Castigo divino que caerá sobre el pecador y su familia. Si los tiempos le maltratan, algo habrá hecho para merecerlo. Aplíquense el cuento. Si salen decepcionados de la película, algún remordimiento les atormenta cuando compraron la entrada.