Bajo ese título genérico se reúnen un grupo de artículos sobre temas de actualidad, que fueron publicados en diversos medios de comunicación a principios de la década del dos mil.
Pretendo más una labor de compilación de lo disperso que una recuperación de lo interesante. El tiempo no perdona a nada ni a nadie. Tampoco a las opiniones.
Pretendo más una labor de compilación de lo disperso que una recuperación de lo interesante. El tiempo no perdona a nada ni a nadie. Tampoco a las opiniones.
Hay noticias que pasan inadvertidas. Son poco más que una fastidiosa tarea para los maquetadores de los periódicos, pues deben encajar su falta de interés entre las primicias relevantes que son ahora: las declaraciones banales, las bodas escandalosas, las vidas en escaparate de papel cuché. Son noticias importantes para los que nunca leen periódicos; lejanos hombres y mujeres, cuya existencia transcurre, para nosotros, tan inadvertida como las noticias que les afectan.
La U.E. ha autorizado que sea etiquetado como chocolate, cualquier producto comestible de su apariencia, aunque no contenga cacao. Los consumidores de chocolate tendrán que examinar las composiciones declaradas, para que bajo el sabor embozado por artificios no les den grasas vegetales sustituyendo al cacao y sus delicias. Pero el problema no está en la burla a los golosos de Europa, ni estos van a dar un jicarazo como las damas mejicanas del siglo pasado ante la prohibición del obispo Salazar de que lo tomaran en la catedral. No habrá envenenamiento ni motines.
Los afectados son los cientos de miles de trabajadores africanos que viven del cultivo del cacao, principalmente en el África Central. Son países enteros a los que el reparto colonial asignó el papel de proveedores de esa materia prima, lo cual redujo su economía a la precariedad del monocultivo; que ahora, con igual razón que se arroga el que se considera dueño y señor de vidas y haciendas, les van a sacar. La responsabilidad es de las mismas multinacionales de inmaculada apariencia que, sin escrúpulo alguno, intentaron hace unos años introducir las leches maternizadas en el Tercer Mundo; ante la desesperación de la OMS (Organización Mundial de la Salud) que veía como la lactancia materna desaparecía, y con ella uno de los instrumentos de lucha más eficaces contra la mortalidad infantil. La cordura se impuso y la campaña cesó.
Esa misma cordura deberá prevalecer para evitar la aplicación de esta nueva normativa sobre la composición del chocolate. Europa, que invierte millones en colocar barreras a la emigración procedente de esos países, debe saber que su desarrollo es lo único que impedirá una avalancha incontrolada, lo otro es ponerle puertas al viento. El uso del cacao es una de esas medidas, que no solo agradecerán los paladares exquisitos de muchos europeos sino, y eso lo más importante, no privará de recursos a los que los poseen tan escasos para sobrevivir.
La U.E. ha autorizado que sea etiquetado como chocolate, cualquier producto comestible de su apariencia, aunque no contenga cacao. Los consumidores de chocolate tendrán que examinar las composiciones declaradas, para que bajo el sabor embozado por artificios no les den grasas vegetales sustituyendo al cacao y sus delicias. Pero el problema no está en la burla a los golosos de Europa, ni estos van a dar un jicarazo como las damas mejicanas del siglo pasado ante la prohibición del obispo Salazar de que lo tomaran en la catedral. No habrá envenenamiento ni motines.
Los afectados son los cientos de miles de trabajadores africanos que viven del cultivo del cacao, principalmente en el África Central. Son países enteros a los que el reparto colonial asignó el papel de proveedores de esa materia prima, lo cual redujo su economía a la precariedad del monocultivo; que ahora, con igual razón que se arroga el que se considera dueño y señor de vidas y haciendas, les van a sacar. La responsabilidad es de las mismas multinacionales de inmaculada apariencia que, sin escrúpulo alguno, intentaron hace unos años introducir las leches maternizadas en el Tercer Mundo; ante la desesperación de la OMS (Organización Mundial de la Salud) que veía como la lactancia materna desaparecía, y con ella uno de los instrumentos de lucha más eficaces contra la mortalidad infantil. La cordura se impuso y la campaña cesó.
Esa misma cordura deberá prevalecer para evitar la aplicación de esta nueva normativa sobre la composición del chocolate. Europa, que invierte millones en colocar barreras a la emigración procedente de esos países, debe saber que su desarrollo es lo único que impedirá una avalancha incontrolada, lo otro es ponerle puertas al viento. El uso del cacao es una de esas medidas, que no solo agradecerán los paladares exquisitos de muchos europeos sino, y eso lo más importante, no privará de recursos a los que los poseen tan escasos para sobrevivir.
Segovia, 28 de marzo del 2000.