(Critica Cinematográfica)
DIRECTOR: Ken Loach
GUIONISTA: Paul Laverty
INTERPRETES: Martin Compston, Michelle Coulter, Annmarie Fulton
AÑO DE PRODUCCIÓN: 2002
Al pasar el discurso sociopolítico a un segundo plano, el realizador británico Ken Loach consigue con “Felices dieciséis” (“Sweet Sixteen”) una depurada película. Sobre un fondo de miseria social y afectiva, elabora una tragedia clásica entre una madre y su hijo adolescente (“Edipo rey”). Criminal por el deseo de constituir una familia donde el centro sea ella.
Como todos sus compañeros, Liam sobrevive del trapicheo, y del hurto ocasional de pequeñas cosas. Cuando roba las existencias de unos traficantes de droga observa su desesperación a través de un catalejo en gesto temerario e infantil. Llevó a cabo la mayor hazaña a la que un valiente puede aspirar en el mundo.
Sin embargo, en este universo deprimente, Liam tiene un ángel de la guarda, su hermana, y sobre todo una estrella, su madre, que va a salir de prisión unos días antes de su decimosexto cumpleaños. Para esta madre, a quien desea asegurar la vuelta en las mejores condiciones, Liam va a jugar a la vez el papel de hijo perfecto y de marido emérito subiendo uno por uno los escalones de la mafia local.
Con “Sweet Sixteen”, Ken Loach vuelve a visitar un terreno conocido, ya admirablemente tratado en “Ladybird, Ladybird" y “Mi nombre es Joe”, dos de sus mejores películas, allí donde se extiende el mismo horizonte social: la miseria afectiva y la indigencia material de personajes irremediablemente abandonados a ellos mismos.
Pues “Sweet Sixteen” es accesoriamente una película social y, más fundamentalmente, el terrible relato de un chico que no comprende que su vida de hombre debe escribirse sin su madre. Para explicarlo, Loach se ha valido de la interpretación formidable de Martin Compston, un joven sin ninguna experiencia como actor que le da al personaje de Liam una carga humana insospechada. Una apariencia de realidad que estremece, mediante una cara donde los rastros de la adolescencia son aún visibles, con su perpetua gorra, con la ingenuidad suicida de sus actos motivados por los pocos años, a pesar de los muy duros e intensos que estos hayan sido vividos.
Para contar su historia, Ken Loach supo encontrar la forma ideal del cine de género. “Sweet Sixteen” esta construida como las películas de gángsteres de los años 30, donde detrás de la ascensión y la caída del criminal se dibuja un sentimentalismo paternalista, presagio de su declive. El modelo de “Sweet Sixteen” podría ser “Al rojo vivo”, de Raoul Walsh, con James Cagney en el papel de un implacable criminal obsesionado por el cariño de su madre.
Loach, además, lo filma con destreza, con un sentimiento impecable de la elipse, un montaje ágil, una utilización parsimoniosa de la bella música de Jorge Fenton. Pero, sobre todo, se apoya en una inversión inteligente de los códigos de género. Mientras que se hace potencialmente una máquina de delinquir, que hasta rompe con los mejores amigos de la infancia, Liam también se confirma como una maquina de gustar. Es un monstruo, pero el espectador desea darle un abrazo.
Presenciamos aquí el dispositivo más brillante jamás puesto a punto por Ken Loach. Su crítica no se refiere a la situación material de Liam y de sus compañeros-el realizador se abstiene de proponer la menor solución-. Son un simple encadenamiento de acontecimientos que hacen considerar naturales las continuas fechorías de Liam y su integración en el medio del crimen. Es lógico, pero al mismo tiempo desesperante, que este chico venda su alma al diablo para reencontrar a su madre y reconstruir una apariencia de familia. Haciendo esto, Liam pierde todo, a él, a su madre, a su hermana, a sus amigos: el infierno le pertenece.