Pensamientos Impuros
Bajo ese título genérico se reúnen un grupo de artículos sobre temas de actualidad, que fueron publicados en diversos medios de comunicación a principios de la década del dos mil.
Pretendo más una labor de compilación de lo disperso que una recuperación de lo interesante. El tiempo no perdona a nada ni a nadie. Tampoco a las opiniones.
Es Segovia una ciudad de brillos exquisitos, con un rostro de una tersura tan juvenil, que la luz se rompe en él sin aristas que la corten. Es una ciudad antigua con apariencia de recién construida. En sus calles crecen iglesias, palacios, casas de evidente vejez en su estructura, en el estilo que exhiben, pero donde la huella del albañil tiene la frescura de la semana pasada. Sólo cuando la paseas descubres que su arquitectura esconde también una de las marcas más indelebles de las ciudades de nuestro tiempo. Muchas casas están deshabitadas, la ruina les asoma por los ojos de las ventanas sin cristales, en la maleza surgida de sus interiores. Cuando se construyeron nadie podía concebir una casa vacía, sin el uso para el que fueron hechas, es ahora en que las cosas se fabrican para el Mercado no para la gente cuando se puede dar este absurdo.
Porque Segovia, como todas las ciudades contemporáneas, es una ciudad de muchas casas vacías y donde a la vez, paradoja inexplicable, cientos de personas, fundamentalmente jóvenes, tienen problemas de alojamiento. Los alquileres alcanzan precios desorbitados y el desplazamiento hacia extrarradios cada vez más alejados y con menos equipamientos se ofrece como única solución. Este problema se multiplica en las grandes urbes como Madrid, Barcelona o Valencia. Agravado además por la población inmigrante, los cinturones marginales y el chabolismo.
Vinculado a esta situación ha nacido el movimiento Okupa. Su precedente fueron los Squater de Amsterdam que a pesar de su fuerza no fueron capaces de evitar un centro urbano deshabitado y en manos de los grandes especuladores. Son más modestos los objetivos del movimiento Okupa, quieren convertir edificios abandonados, normalmente focos insalubres donde se acumula la basura, en centros culturales de actividades para jóvenes. Es una cultura alternativa que pretende conseguir dos objetivos: reutilizar lugares sin uso y dotar a los barrios de puntos de encuentro para la juventud, distintos de los bares, las discotecas o las campos de futbol. Pero el nuevo Código Penal (el llamado Código de la Democracia) castiga esa actividad, se trata de defender la propiedad privada dicen sus autores. En los últimos meses han usado la intervención contundente, brutal la calificaron algunos vecinos, de la policía para aplicar esa defensa. Pero al hacerlo se han olvidado de valorar los intereses públicos dañados. En Barcelona, una fabrica abandonada hace diez años en la que se daban clases de artes manuales a los niños del barrio, ensayaban un grupo musical y otro de teatro, celebraban foros de discusión y multitud de actividades, fue arrasada. Las reparaciones hechas, los murales, el entorno cuidado y libre de basuras eliminado por las maquinas excavadoras, que dejaron un solar yermo, un montón de escombros. El intento de ocupar un teatro en Valencia hace unas semanas acabó trágicamente con la muerte de uno de los jóvenes. ¿A quienes molestaban?... A los vecinos no, que se solidarizaron manifestandose a favor de los desalojados, no eran centros de distribución de droga, ni origen de disturbios o violencia. ¿Entonces, por qué?... “Hay que salvaguardar la legalidad” dijo la Delegada del Gobierno en Cataluña.
En esa frase tal vez esté la clave. La legalidad es injusta. Los que deberían estar fuera de la Ley, los que deberían ser castigados y perseguidos son aquellos que mantienen las casas abandonadas, los pisos vacíos; convirtiendo un bien de primera necesidad en un bien especulativo. No hace falta que les manden la policía, ni que se los expropien; simplemente que les obliguen a pagar un impuesto, más oneroso cuanto más largo sea el tiempo de desocupación. Sus privados intereses se acercarán rápidamente a los de la mayoría.
Es indudable la belleza de las ciudades recién hechas, aunque sean casi tan antiguas como la Historia. Pero no hay nada tan hermoso como una ciudad habitada. Es en la gente donde reside la vida, la actividad que ahuyenta el sobrecogedor hueco de lo vacío.
El delito no es ocupar las viviendas que necesitan, el delito es tenerlas vacías.
Segovia, 10 de febrero del 2000.