Conor O’Neil (Keanu Reeves) revendedor de entradas, es perseguido por un montón de acreedores dispuestos a romperle los pulgares, o cualquier otro hueso, con tal de recuperar su dinero. Desesperado, pide ayuda a un amigo de la infancia, ahora próspero banquero. Éste acepta socorrerlo con la condición de que entrene al equipo junior del banco.
Historia de una redención. El resto, lo de siempre: lucha contra la delincuencia, espíritu deportivo, cumplimiento de los sueños… Demasiado visto, demasiado azucarado, demasiados lugares comunes para arrancar alguna lágrima fácil a espectadores sensibles: niños extorsionados, padres ausentes, apartamentos insalubres. No hace falta más. Desde la primera escena cogimos el mensaje: la reinserción de los marginales pasa por el deporte, símbolo del éxito y fraternidad. El complemento a lo inverosímil es Keanu Reeves, un pobre con vestuario de boutique.
“Harball” es una película de segunda clase en Estados Unidos, que aquí, aprovechando su dominio de la distribución, viene a ocupar las pantallas en donde deberían proyectarse algunas obras de arte cinematográfico que sólo nos dejarán disfrutar en funciones de cine club. El Imperio manda. En su mano está obedecerle. No compre el DVD, no la alquile, no vaya a verla. Espere a la sesión de tarde de cualquier televisión. Es el lugar que le corresponde.