En Shanghái todo se supone exótico para alguien que viaja desde España. Aunque eso sea cada vez menos verdad. Las ciudades de todo el mundo se parecen más y sus peculiaridades, que las tienen, se difuminan en las coincidencias de los rascacielos enormes, las masas de trabajadores apresuradas, los establecimientos de comida rápida, los ejecutivos agresivos, las tradiciones estandarizadas como objetos turísticos. Un mundo de ojos rasgados que llora las mismas lágrimas amargas de la globalización salvaje.
No me gustó Shanghái, aunque tenía lugares hermosísimos. Me inquietaba que fuera aquel el destino que nos espera. Todo era muy parecido a un “Blade Runner” en construcción. Al decorado de la película poblado por gente de verdad. Y a ratos diluviaba.