Si visitas Edimburgo y eres aficionado a los libros del escritor Ian Rankin, inevitablemente intentarás encontrar en el paisaje urbano vestigios de sus descripciones; en los habitantes, rasgos semejantes a los protagonistas de sus tramas. Lo cierto es que no se encuentran a no ser en la coincidencia de los nombres de las calles, del de los bares o del tour turístico montado para visitar los sitios que aparecen en las novelas.
Pero el ambiente, el clímax de una acción literaria está compuesto de muchos más matices que un lugar. Es aquello de lo que habla el escritor en sus novelas: los hombres de cara amoratada por la bebida y la mala alimentación que consumen su esperanza de vida cada tarde en el pub; o el de la ciudad moderna que creció al pie del Parlamento Escocés, hecha a tiralíneas, deshumanizada, de edificios antiguos con pinta de recién construidos. La gente con apariencia de acabar de salir de un escaparate postmoderno que comparte el espacio urbano, a su pesar, con una población avejentada, resabiada, endurecida por el mar, la industria reconvertida y la meteorología inclemente. Son aspectos más fáciles de leer que de observar para quien no tiene la sensibilidad de un gran escritor
Fue muy divertido visitar Edimburgo, es una ciudad hermosa, aunque no veas pasear a todos los escritores que residen allí. Traje un libro firmado por Ian Rankin; que guardo como un tesoro, de esa manera me enteré, que en las librerías de allí los venden firmados por el autor sin tener que soportar molestas colas. En la novela “La música del adiós” el mismo Rankin lo cuenta respecto al poeta asesinado Todorov, demostrando que en sus novelas no todo es ficción. En Edimburgo pasan algunas cosas de las que cuenta