En la noche de ayer miércoles, un hombre de raza negra llamado Troy Davis fue ejecutado en Georgia (Estados Unidos). En estos días se consumarán varias penas de muerte más en EEUU. El caso de Troy Davis ha tenido una repercusión especial, porque con casi toda seguridad era inocente. No había pruebas materiales que lo incriminaran. Y de los nueve testigos de la acusación, siete se retractaron aduciendo que habían sido presionados por la policía, la victima también lo era. En cuanto a los dos únicos testigos que no cambiaron su declaración: uno era un confidente; el otro, según la defensa del ejecutado, el verdadero autor del crimen.
El hijo de Mark McPhai el policía presuntamente asesinado por Troy Davis declaró antes de la ejecución de éste, preguntado por la inconsistencia de las pruebas que lo acusaban: “No tengo duda que debe ser ejecutado, él nunca demostró su inocencia y alguien tiene que pagar por la muerte de mi padre”.
Es que en el sistema judicial de los Estados Unidos, imbuido por la ética calvinista, no se busca el impacto social del delito, sus motivaciones, o la culpa. La Predestinación fundamento de sus creencias obvia todos esos problemas y los deja en un segundo plano. Lo importante es la reparación de daño causado, en el sentido más mercantil de la expresión. Por eso en un proceso penal, por muy grave que sea, se puede llegar a transacciones extrajudiciales. Los grandes bufetes utilizan la negociación (puro chantaje muchas veces) como forma de defensa. Pero, cuando no tienes nada con que pagar y aunque tal vez no seas siquiera tú el deudor, abonarás la compensación con la vida. El infierno es imprescindible para la manifestación total del atributo divino de la Justicia.
Troy Davis era: negro, pobre y vivía en el estado de Georgia, el paisaje donde transcurre “Lo que el viento se llevó”. Lugar que desde entonces, al parecer, poco cambio en cuanto a la erradicación de los prejuicios raciales. Estaba predestinado a pagar por un pecado recogido en unas Tablas de la Ley que hace ya mucho tiempo en su quinto mandamiento dicen: “Matarás”. El “no” que lo precedía borrado por la injusticia de los hombres de bien.
El hijo de Mark McPhai el policía presuntamente asesinado por Troy Davis declaró antes de la ejecución de éste, preguntado por la inconsistencia de las pruebas que lo acusaban: “No tengo duda que debe ser ejecutado, él nunca demostró su inocencia y alguien tiene que pagar por la muerte de mi padre”.
Es que en el sistema judicial de los Estados Unidos, imbuido por la ética calvinista, no se busca el impacto social del delito, sus motivaciones, o la culpa. La Predestinación fundamento de sus creencias obvia todos esos problemas y los deja en un segundo plano. Lo importante es la reparación de daño causado, en el sentido más mercantil de la expresión. Por eso en un proceso penal, por muy grave que sea, se puede llegar a transacciones extrajudiciales. Los grandes bufetes utilizan la negociación (puro chantaje muchas veces) como forma de defensa. Pero, cuando no tienes nada con que pagar y aunque tal vez no seas siquiera tú el deudor, abonarás la compensación con la vida. El infierno es imprescindible para la manifestación total del atributo divino de la Justicia.
Troy Davis era: negro, pobre y vivía en el estado de Georgia, el paisaje donde transcurre “Lo que el viento se llevó”. Lugar que desde entonces, al parecer, poco cambio en cuanto a la erradicación de los prejuicios raciales. Estaba predestinado a pagar por un pecado recogido en unas Tablas de la Ley que hace ya mucho tiempo en su quinto mandamiento dicen: “Matarás”. El “no” que lo precedía borrado por la injusticia de los hombres de bien.